Basilio Martín Patino (Lumbrales, 1930 – Madrid, 2017) está considerado como un cineasta que desde sus primeras obras ya marcó un camino personal en sus películas. Para salvaguardar su independencia creativa se alejó de la industria y también prescindió de someterse a los trámites oficiales y censores. Buscó hacer de la libertad personal una forma de entender el cine y la vida. Martín Patino representa tanto la resistencia cultural y artística al contexto autoritario del régimen franquista y a los mecanismos de la censura como la defensa de la libertad creativa y el afán permanente de investigación sobre las posibilidades expresivas de la imagen.El cineasta afrontó sus obras desde un marcado sentido lúdico, que él explicó al señalar: «Creo que el cine, por encima de todo, es juego. Y para mí, seguirá siendo un juego o una pasión personal». La exposición, ya desde el comienzo, destaca esas posiciones del realizador.

En pleno centro de Lumbrales, casa en la que nació (29 de octubre de 1930) Basilio, en el seno de una familia de maestros (Desiderio y Teresa) de corte conservador y muy religioso. Quinto de los seis hijos del matrimonio, Basilio siempre mantuvo que disfrutó de una infancia feliz, con los juegos y la libertad propios de un ámbito rural en el que figuraba en situación privilegiada. Fue allí donde por primera vez conoció el cine, que le atrajo de forma especial, incluso para sus juegos: “Me hice director de cine con apenas ocho años, a partir de manipular una bombilla dentro de una caja de zapatos agujereada y un ingenioso mecanismo de carretes”, escribió. Él señalaba que el sentido del juego que impregnó su cine y la libertad interior que marcó su vida surgieron en los diez primeros años que pasó en Lumbrales.

Foto: Mangas
Cortesía: Ignacio Francia

Ya en Salamanca la familia se instaló en una vivienda del edificio número 6 de la avenida de Federico Anaya, que figura a la izquierda de la imagen. La ventaja para Basilio -al que costó mucho acomodarse a la nueva situación que requería la ciudad, según dejó escrito- fue que a tan sólo unos pasos se encontraba el Cinema Taramona –en el centro de la fotografía--, al que acudía siempre que disponía de dinero y a escondidas de sus padres. Con todo, la sala que más frecuentó fue el Gran Teatro Moderno, en la cuesta del Carmen, con sus sesiones continuas. Ya en su primera adolescencia el cine había desarrollado la seducción que arrastraba desde el pueblo natal.

Foto: Ángel Esteban
Cortesía: Ayuntamiento de Salamanca. Filmoteca de Castilla y León

Los dos primeros años de su estancia en Salamanca, Basilio acudió a una escuela del barrio de Garrido -“donde había un maestro gordo que nunca entenderé por qué nos pegaba tanto”, escribió-, mientras se fue acomodando al estilo de vida de la ciudad. De esa etapa es la fotografía, en la que ya aparecen su vivacidad, su pelo algo rebelde y sus grandes orejas. En la solapa izquierda de su cazadora figura la cinta negra que indica luto por algún familiar, aunque esa situación, de modo especial, se produjo dos años después con el fallecimiento de su hermano Desi a los 22 años, y siete meses después, también de su padre, situaciones que tuvieron un peso importante en su vida. La fotografía fue adjuntada a la solicitud de ingreso en el Instituto Fray Luis de León en el verano de 1942.

Cortesía: Fondo Instituto Fray Luis de León. Archivo Histórico Provincial de Salamanca

En 1953 comenzó a funcionar el Cine-Club del SEU (el sindicato obligatorio al que debían pertenecer todos los universitarios), que Basilio puso en marcha junto a otros compañeros, como Joaquín de Prada, Manuel Bermejo, José María Gutiérrrez o Gabriel Rosado. Situó como presidente al catedrático F. Lázaro Carreter y él asumió la secretaría, función en la que aparece en la fotografía, junto a su secretaria, en la sede del Cine-Club, calle Generalísimo -hoy, Toro-, núm. 37. Su forma de actuación, con el amparo decidido del rector de la Universidad, Antonio Tovar, convirtió rápidamente a ese Cine-Club en el más destacado del país, porque a sus proyecciones de películas y presentaciones con especialistas, se sumaron otras actividades como cursos con expertos, concurso de guiones, propuestas innovadoras o sus publicaciones, entre las que figuró la revista Cinema Universitario.

Cortesía: Fundación Basilio Martín Patino

La dinámica de trabajo que generó el Cine-Club fue la que propició la convocatoria de las I Conversaciones Cinematográficas Nacionales (15-19 de mayo de 1955), en las que se reunieron las gentes del cine español con peso en aquellos momentos, convocados por un llamamiento con un contenido claramente “diferente” a los términos habituales empleados en la España del momento. Aunque convocado por el Cine-Club del SEU en lo formal y financiero, el sustrato ideológico de la convocatoria y del desarrollo fue aportado especialmente por el Partido Comunista de España, que, por primera vez tras la guerra civil, propició un diálogo y entendimiento conjunto de los asistentes: independientes, derecha del régimen, comunistas, falangistas, incluso algún militar jurídico, que llegaron a unas conclusiones unánimes conocidas como “el espíritu de Salamanca”. Lamentablemente, el régimen, advertido de esa situación, cortó el camino de la leve apertura cultural iniciada y arrasó con el Congreso de Escritores Jóvenes en Madrid, organizado para continuar la senda abierta por las Conversaciones de Salamanca. En la fotografía, Basilio interviene en la apertura de las sesiones, en el paraninfo de la universidad salmantina.

Cortesía: Filmoteca Española. Legado Basilio Martín Patino

Después de la Conversaciones, Martín Patino se asentó en Madrid, donde se matriculó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, al tiempo que inició una fecunda tarea como escritor y crítico de cine, como sistema de vida. En la fotografía, el graduado en dirección aparece en el rodaje de su práctica final de carrera, Tarde de domingo (1959). Pero al mismo tiempo, Basilio ya había comenzado una dedicación que iba a resultar muy importante en su vida profesional: el rodaje de spots publicitarios, tarea en la que se ocupó durante varios años y que le permitió perfeccionar su capacidad para el montaje de las imágenes, en el que estuvo considerado como un maestro.

Cortesía: Ignacio Francia

En la imagen, Basilio aparece en un momento del rodaje de Torerillos junto al protagonista, José Luis Barrero, mientras que comprueba la luz el director de fotografía, Enrique Torán. Aunque El Noveno (1960) figura como primer corto de Basilio en función de su estreno, sin embargo, previamente se habían filmado en el campo de Salamanca las imágenes para su documental Torerillos (1961) y posteriormente la filmación de El Noveno, en San Felices de los Gallegos, obra en la que conoció por primera vez la dentellada de la censura. En ambos casos, junto a él, financiaron y participaron en los cortometrajes sus amigos Mario Camus, José Luis Borau y Luis Enciso. El éxito destacado de Torerillos en un buen número de festivales extranjeros radicó en la reconocida capacidad de Basilio para el montaje, en el que entreveró imágenes filmadas con otros motivos (recortes de prensa, fotografías), lo que dotó a la obra de una especial viveza y solidez.

Cortesía: Filmoteca Española. Legado Basilio Martín Patino

Rodaje de Nueve cartas a Berta (1965) en la calle de San Justo. Encajados en el maletero de un taxi, Basilio comprueba el encuadre por el visor y Fernando Arribas atiende a la cámara para captar el paseo de Lorenzo y su padre. La filmación de la que fue su primera película comenzó en Salamanca el 14 de abril (recuerdo a la II República) de 1965, sobre un guion para el que previamente había elaborado siete tratamientos, según hemos podido conocer ahora con motivo de la preparación de la exposición: Primeras palabras, La amiga, Once cartas a Berta, Diez cartas a Berta..., se titularon. El argumento y los personajes procedían de una novela -em La agonía de los luceros; después, Calle Toro, 36- que escribió en 1961, como también se ha podido documentar para la propuesta expositiva.

Foto: José Luis Alcaine
Cortesía: Fundación Basilio Martín Patino

Como iba a ser habitual en Martín Patino, en su primera obra Basilio ya introdujo imágenes sobre situaciones que no figuraban en el guión, pero que saltaban en el ámbito real de rodaje. Ocurrió con la secuencia que recogió la concentración de excombatientes celebrada en la Plaza Mayor el día 9 de mayo de 1965. Esa filmación suponía un riesgo notable, al no disponerse de autorización de rodaje, pero Basilio desafío ese peligro. Para ello, convino con los responsables de fotografía que se dedicaran a filmar cámara en mano (y encargó una foto sobre esa situación a J. L. Alcaine) cuando le vieran hablando con el alcalde de la ciudad, Julio Gutiérrez Rubio, a quien conocía por haber sido dirigente del SEU -momento que recoge la fotografía-, porque eso podía suponer que se entendiera que se disponía de permiso para rodar. La artimaña dio resultado, y nadie molestó a los cámaras.

Foto: José Luis Alcaine
Cortesía: Filmoteca Española. Legado Basilio Martín Patino

El problema más grave de censura que sufrió Basilio Martín Patino se relacionó con la película Rinconete y Cortadillo, sobre la obra de Cervantes, que rodó en Sevilla en marzo de 1968, para una serie sobre clásicos españoles en La 2 de TVE. Al borde de la terminación del rodaje, llegó orden “de Madrid” -se supo después que del ministro Manuel Fraga- de cortar el rodaje. Aunque según está documentado se habló de reanudar la filmación, nunca más volvió a saberse del material filmado, por más que se ha buscado en los depósitos de TVE; se cree que fue destruido. El motivo de la orden residió en que el catedrático Agustín García Calvo -entonces expedientado por el régimen- figuraba en un pequeño papel de la obra. El equipo elaboró un amplio y consistente escrito de protesta por lo que suponía una “represión cultural” sin precedentes. En la fotografía, Basilio con la cámara durante la filmación, y al lado un joven ayudante del equipo: Alfonso Guerra.

Cortesía: Fundación Basilio Martín Patino

En la imagen, un momento del rodaje en la clandestinidad de Queridísimos verdugos (1973), mientras los verdugos extremeños Antonio López Sierra y Vicente Copete relatan a Basilio y al escritor Daniel Sueiro -colaborador en el guion- los sistemas empleados por los “administradores de justicia”, como se denominan, para ejecutar a los condenados. Junto con el otro verdugo, el granadino Bernardo Sánchez Bascuñana, aportaron el terrible material que permitió elaborar un testimonio estremecedor sobre las ejecuciones y las estructuras del poder en el último franquismo, para lo que Martín Patino aplicó una estructura compleja como muestra de su capacidad para el montaje de imágenes, acompañadas por música de Bach y de Mozart, que el realizador consideró fundamental para el film.

Cortesía: Ignacio Francia

En la fotografía figuran varios de los miembros del jurado del Festival de Cine de Berlín de 1977, en el que figuró Basilio Martín Patino, que aparece junto a sus compañeros, las actrices Ellen Burstyn y Senta Berger y el director ruso Andrei M. Konchalovsky. Fue en ese festival en el que se estrenó, fuera de competición, la película Caudillo (1974), y también en contra de los deseos del Gobierno de Adolfo Suárez, que afirmó que no existía tal película cuando fue solicitada por el festival; el fuerte respaldo de todos los ámbitos del cine español obligó al Gobierno a permitir la proyección de la obra, que había sido confeccionada clandestinamente con imágenes adquiridas en Lisboa, Londres, Berlín y París, ya que era imposible para el realizador lograr imágenes en archivos españoles. Supuso una nueva lección de montaje por parte de Martín Patino.

Cortesía: Ignacio Francia

El 18 de febrero de 1985 Basilio filmó en Salamanca un par de secuencias de Los paraísos perdidos, que supuso su regreso al cine, tras varios años en otras experiencias audiovisuales. En la imagen aparece en escorzo en el still de un fotograma de la película, junto a la mesa que ocupan Charo López (Ella) y Juan Cueto (Lorenzo) en la terraza del café Novelty en la Plaza Mayor. La película, fundamentalmente rodada en Toro y Zamora, figura como la segunda muestra del cine sobre “los regresos” de Martín Patino, a través del relato -íntimo y profundo- del momento que vive la protagonista con motivo de su vuelta a España desde el extranjero, con la apoyatura del libro Hiperión, de Friedrich Hölderlin, cuyo texto traduce. Fue la primera producción destacada de la productora La Linterna Mágica, creada por Basilio, Pablo Martín Pascual y José Luis García Sánchez, que en esta obra actuó como productor. La excelente fotografía fue de José Luis Alcaine, aquel jovenzuelo que actuó como foto-fija en el rodaje de Nueve cartas a Berta.

Fotograma de la película Los paraísos perdidos
Cortesía: Fundación Basilio Martín Patino

Basilio aparece en el mes de octubre de 1986 encuadrando el objetivo de la cámara, emplazada en el Edificio España, hacia la Gran Vía madrileña con motivo del rodaje de la película Madrid. A su lado aparece la figura del director de fotografía, Augusto G. Balbuena, y más allá de la plaza de España se alza el bloque del Palacio Real. Madrid fue una de las mejores películas de Martín Patino, en la que el protagonista, un realizador alemán, aparece como un alter ego de Basilio en sus opiniones sobre el mundo de la imagen y en torno a la ciudad de Madrid, dos referencias que se interrelacionan entre sí. La obra resultó muy polémica por el intento de instrumentalización que realizó el Gobierno socialista de la Comunidad de Madrid, lo que obligó a Basilio a salir al paso para desligarla de esa vecindad.

Cortesía: Ignacio Francia

La fotografía recoge un momento del rodaje de La seducción del caos (1991), en la finca salmantina de Terrones, de la familia Sánchez Rico, el día 15 de febrero de 1991. Al fondo, junto a la verja, Basilio y su amigo Emilio García Guitián, incorporando al mayoral de la finca, hablan sobre la filmación de una escena, mientras en el centro de la imagen el director de fotografía, Augusto G. Balbuena, camina hacia la cámara. Se trata de una de las grandes películas de Martín Patino, que realiza una profunda reflexión sobre el mundo de la televisión, la manipulación de la imagen y la mentira –se adelantó, como Orson Welles, al mundo de las fakes-- desde una gran complejidad argumental y llamativa estructura narrativa, lo que le valió la FIPA de Oro del Festival de Cannes de Producciones Audiovisuales. La obra, producida para TVE, sin embargo, ha sido despreciada siempre por ese ente, a pesar de su gran acogida en ámbitos internacionales.

Foto y cortesía: Ignacio Francia

A finales de 2001 Basilio Martín Patino rodó en Salamanca y provincia su última película en celuloide, Octavia. La fotografía lo recoge ensimismado en la lectura del periódico del día en el café Novelty, mientras a su alrededor se preparaba la filmación de un plano de la secuencia situada en ese establecimiento. En su nuevo reencuentro con Salamanca y sus gentes, el realizador volvió a utilizar de forma magistral la escenografía salmantina, dentro de su concepción de considerarla como “esa idea o esa imagen poderosa, o esa concepción escénica” que es la huella del tiempo que la singulariza. Es, nuevamente, la ciudad alterada, recreada y recompuesta en función del interés de los personajes. Y es la película en la que el director acopia mayor número de imágenes de diferentes puntos de la provincia, ese campo salmantino del que se derivan imágenes bellísimas.

Foto: José Luis López Linares
Cortesía: Ignacio Francia

En la película Octavia Basilio introdujo situaciones de hondo calado, y la que refleja la fotografía fue una de ellas, la confesión de Rodrigo a su esposa sobre los grandes errores de su ajetreada vida en el ámbito diverso e implacable del poder. La película, que insiste en el territorio de “los regresos”, supuso un vaciado del pensamiento de Basilio sobre situaciones de calado en la deriva de un salmantino que escapó antaño de la ciudad por una cuestión de faldas y para no someterse al conservadurismo del entorno y que vuelve a ese ámbito ocasionalmente pero que queda atrapado en la maraña familiar. La fotografía recoge un momento de la filmación con Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza en la terraza del hotel NH Palacio de Castellanos. Detrás del director se encuentra la ayudante de dirección, Arantxa Aguirre, y con la cámara el operador Miguel Siles.

Foto y cortesía: Ignacio Francia

En 2010 Martín Patino recibió el encargo de componer una pieza que reflejara la evolución de la sociedad española a través de las ciudades a lo largo del siglo XX, con el fin de mostrarse en una de las salas del pabellón español en la Exposición Universal de Shanghái (China). Con el título de Ciudades Basilio armó un retablo de dimensiones espectaculares por el que en sus diferentes estratos entrecruzados fue desfilando -según apuntó el realizador- “un carnaval de imágenes alborotadas que se van poniendo en orden. Eso es la memoria”. En ese desfile, el director incorporó imágenes salmantinas, como las referidas a la Plaza Mayor, la Universidad, espacios del barrio antiguo, producción alimentaria... En la fotografía, Basilio junto a la cámara en el ámbito del Cielo de Salamanca, que también aparece en el vibrante retablo mientras suena la música de Falla.

Foto: Manuel Zambrana
Cortesía: Fundación Basilio Martín Patino